viernes, 13 de junio de 2008

Cuarteto a Caballo

Luz de seda

La luz ha de abrazarme vestida de seda, en las oscuras aguas de un océano sin voz, hostil y viejo, amargo de amor y dulce al tiempo. Y si así no fuera, al despertar, me hallaría fundido con la impetuosidad del mar, dejándome arrastrar por las crueles mareas y vientos, para jamás volver a decidir sobre mi destino, naufragado ya en un arenal incierto. ¿Qué ves tras tu ventana? ¿Acaso un cadáver trajeron las olas a tu orilla? Sus cuencas vacías traspasan tu mirada, su alma ciega suplica en silencio poder observarte una vez más, y sus manos tenues, húmedas… sus manos muertas se aferran a la arena que cubre tus pies enfermos con locura abisal. Estoy en tierra firme, le oirás decir.

En el infierno un hombre me dijo que jamás habría de mirar atrás, pues mil diablos saben jugar con los recuerdos humanos. Uno de ellos, sombra acaecida sobre un mar de huesos y polvo, me siguió hasta la misma costa, de camino a tus brazos de sal. Sus burlas y mis heridas pretendieron hacerme volver el alma hacia él. Como una sábana al viento, su vuelo indiferente y natural casi logró en mí una sensación de paz y confianza. Ya había fijado mis ojos en aquel dios de las profundidades y tan solo pude soñar con soñarte otra vez, pues su victoria me sumió en la familiaridad de lo tétrico. Es la vida de los pálidos un continuo vínculo con el arte del sueño. Y eso es el amor.

La estrella caída

Al caer la estrella, luz y guía eterna a través del camino tantas veces errado, tantas otras odiado e incluso despreciado, me vi transportado a un mundo interior en el que mi alma mortificada iluminaba doce rostros desconocidos e irrepetibles. Doce pesadillas sonrientes, seguras, cíclicas. Así volverán una tras otra, desde enero hasta diciembre, de la cumbre al abismo, del abrazo al encierro… En aquel desierto soñado tan cercano todo era hermoso terror de soledad e inexistencia, y las dunas bailaban ondeantes sobre mi ardiente cabeza, cuyo fuego provenía directamente del infierno.

Mírame hermano, te extiendo la mano en señal de auxilio. Escucha los aullidos proferidos al final del invisible pasillo de la desesperación. Tan solo una salida. Aquellas delirantes paredes sin espacio para más demonios que los rostros alimentados por la falsa esperanza de no culminar el frío propósito emponzoñado de un hombre al que jamás conocí, nunca las olvidaré. Enfermo y amado viejo, ámame tú a mí y evítame ser engullido por tus hijos, pues la esencia de la propia vida no es más que un estadio de oscuridad cuya luz final se reduce a la mayor penumbra de todas las hasta ahora presentes en nuestra vigilia. Y eso es el miedo.

El grito desde el infierno

Bajo las fúnebres ruedas del carro del amor encontré el destino ansiado por mil pensadores antes que yo. En el barro hundido lamenté mi prematuro fallecimiento, recordando el torbellino de sentimientos que hasta entonces habían forjado al hombre cuya carne se fundía bajo el fangoso asfalto, madre y virgen a la vez. Las manos separadas de mi alma danzaron con ígnea silueta frente mi sosegada mirada, mas en mi interior bullía un infierno tempestuoso. Adorado por mi dios, me sentí firmemente atado a aquella imagen, la cual parecía revelarme el primer y único sentido de la vida: el fin antes que el fin.

Una vez dormido quién sabe cuanto tiempo, odié despertar frente mi inmóvil amasijo de materia enmudecida de terror. Me sorprendió, pues en ningún momento pude recordar sentimiento alguno. Pero mi cuerpo reaccionó por su cuenta a fin de maldecir a los hombres a través de la inmensa experiencia cuyo destino allí me otorgó, fuego y dulce sangre sobre la calle, bajo los pies, y el grito cuyo nombre pronunciado en todas las lenguas resonó en mis etéreos oídos. Pues aquel sonido venido de muy profundo es el que inspira en todos nosotros la fuerza para admitir de nuevo y otra vez el poder ejercido sobre la vida. Y eso es la muerte.

El lecho penumbroso

Tras el transcurso de los años comencé a verme rodeado por las oscuras brumas que oculta la realidad durante la vigilia. Desconozco cuando y como aparecieron en mi vida, y, sin hacer nada por evitarlo, las dejé actuar libremente confundiendo mi mente y oscureciendo mi alma. El antaño cielo estrellado, cuya juventud y frescor me impulsaban día a día a realizar mi existencia, se fue nublando, o acaso mi visión lo hizo por él. Así, durante cada noche me sentía morir viejo y abandonado en mi lecho de paja ensangrentada por el olvido, impregnado en alquitrán y sombras, y despertaba en mi nueva vida hermosa y joven, al otro lado.

¿Quién puede decirme ahora qué es qué, sino es cuándo o cómo o simplemente por qué? De ser así, ¿cuál es la palabra válida y cuál no debo seguir? He condenado mi vagar a una mera existencia en un olvido desdoblado, indiferenciable el uno del otro. Sé que en los dos me hallo, pero incapaz de discernir cual posee mi espíritu, cual mi cuerpo dormido, mi locura crece inmersa en la fragancia de lo enfermo, sin una clave ni esperanza alguna. Pues de la incertidumbre del mundo surgen demonios con faroles que nos engañan guiándonos como un camino a seguir hacia una trampa sin salida oculta en nuestro propio ser. Y eso es el sueño.


Humberto Serrano ´05